Yo creo en los fantasmas: The Residents en el Lunario


La noticia se corrió como reguero de pólvora: The Residents, sí, la banda de culto con más de 40 años de trayectoria, cuyos proyectos se multiplican con los años, cuyas presentaciones parecieran haber alcanzado el límite sólo para reconstruirlo y volverlo a romper en su próximo proyecto, sí, venían a la Ciudad de México dentro de Aural en fax - Festival de México. Muchas personas no entendían si era en serio. Escuché a alguien decir, del corazón: "Nunca pensé que los vería en vivo alguna vez". Esta expectativa, de incrédulos y enterados, hizo que su concierto en el Lunario del Auditorio Nacional ayer martes, se volviera un sol out desde la semana pasada. Desde entonces, supimos de varios que rogaban por boletos, de gente que se había desplazado desde lugares lejanos sólo para verlos, personas que ofrecían el doble por un boleto. Una pléyade de geeks que reverenciaban a unos artistas conocidos, a lo mucho, por usar máscaras de ojos en esmoquin se congregaron anoche en el Lunario. Demasiada reverencia para un trio de desconocidos. Sí, la banda de desconocidos más famosa del mundo.


Rumores indicaban que algunos se habían organizado para llegar disfrazados al concierto, cual fiesta de Halloween. Y sí, algunos desadaptados (y en un concierto de The Residents este adjetivo es definitivamente positivo) lo hicieron. Eran muy pocos, èrp alcanzamos a ver réplicas de The Residents que sólo les faltaba una guitarra Ibanez o una MacBook, máscaras de luchadores, diablos, náufragos, un M&M o un obrero de construcción. A esto agréguenle un Lunario lleno a reventar (no lo recordábamos así desde Boredoms hace un año) y un escenario montado como para una telenovela estadounidense.


Y entonces ocurrió. Al escenario saltaron dos enmascarados con dreadlocks, trajes de lentejuelas, goggles y mucha elegancia. Se colocaron detrás de una laptop y una guitarra. Y detrás de ellos un anciano en calzones, bata y zapatos de payaso invitó a todo el mundo a su sala. The Residents todavía no habían terminado de instalarse cuando todo el mundo ya estaba gritando. Desde los emocionados por ver en movimiento una imagen que sólo conocían por fotos, hasta fans from hell que pedían la versión en español de "Constantinopla" o algún despistado que presumió su versión en LP de Meet de The Residents comprado en el Chopo durante todo el concierto. Este asombro simple y sencillo, por verlos por fin cara a cara (o máscara a cara) fue tan grande que una multitud de celulares y cámaras se alzaron. En serio, esto es normal en cualquier concierto, pero en mucho tiempo no habíamos visto tantas pantallas de 6x4 cm frente al escenario que grababan.


"Nosotros solíamos ser 4, pero dejamos a Carlos en Guadalajara", fue la excusa inicial. Luego de eso, se olvidaron del público para ponerse a contar historias en voz alta, platicar con personas que se aparecían en pantallas detrás del escenario (que contaban las historias más crípticas que hayan escuchado, si es que alguien escuchaba algo entre tantos gritos) y dar tumbos por el escenario o ver la tele en estática.


Una cantidad de ruido gigantesca llenaba todo el espacio del Lunario, y lo mejor es que nadie sabía cómo es que esas cantidades de sonido salían de dos enmascarados que no se movían ni un centímetro de sus posiciones. Sobre este telón de fondo, lo que veíamos era a tres maniquíes como sacados de la nada encima de un sonido que nadie sabía de dónde venía. Nadie sabía exactamente qué es lo que estaba pasando ahí arriba, muchos asistieron por la enorme curiosidad de verlos, otros porque pensaban que tocarían sus "canciones" más famosas, otros pensaban que destruirían el lugar y otros sólo iban porque sí, pero aunque había un dejo generalizado de incertidumbre (muy placentera, admitámoslo), una cosa sí sabíamos: se trataba de algo muy MUY denso.


El anciano en bata contó más historias, al parecer, la principal era sobre gente que veía en el espejo, pues, confesó desde el principio: "Yo creo en los fantasmas". Mientras The Residents tomaban prestado todo tipo de músicas (ninguna de ellas las reconocerán, ni se esfuercen), que sonaban a todo y a nada gracias a la guitarra super-procesada y a una MacBook que usaba cualquier cantidad de herramientas para armar algo similar a una melodía, escuchábamos, a veces en un canturreo delicado, otras veces a gritos y otras sólo en lip-sync, canciones que se extendían por horas y que más bien parecían una cosa entre una ópera o una obra de teatro. The Residents no se movieron tanto en el escenario, y con algunos movimientos de manos (de esos hubo muchos), le prendieron fuego al lugar, pero fuego de otro tipo, de ese que si ven las fotos no lo van a ver. Para entender el caos que armó The Residents anoche, lo sentimos mucho, tendrían que haber estado allí.



Cuando pensamos que había terminado todo: error. The Residents regresó a sacarle lo último que pudieran sacarle a su guitarra y a los beats de la laptop. Con un abrigo de mink o bisón o de fibra de vidrio con costuras internas de calaveritas y focos (parecía una foca que se tragó una extensión navideña), el anciano regresó a jurar que esta vez sí nos enseñaría a la gente del espejo. 1000 asistentes se inclinaron de puntitas listos para ver cuando la luz sólo para verla estallar en la cara del anciano, que comenzó otro vaudeville más, y luego otro, y otro.


Ok, ok, estamos abusando de frases como "es inclasificable", "es indistinguible", "estuvo increíble", pero la verdad, en resumidas cuentas:





No tienen ni idea de lo que fue The Residents anoche.