4 barriles de pólvora sobre el escenario: Evan Parker e invitados en el Teatro de la Ciudad



Ayer lo volvieron a hacer. Se subieron al escenario del Teatro de la Ciudad y lo volvieron a hacer.


Un concentrado Mark Dresser (que parecía lo contrario) y un serpenteante Remi Álvarez, en sólo 3 piezas, prepararon el terreno para lo que vendría. Mientras Dresser recorría todos los rangos posibles en el contrabajo (pulsándolo hasta sacar las cuerdas de su lugar, golpeándolo, con los dedos, con el arco, pasando de notas muy cortas y veloces a repeticiones que abotagaban todo), Álvarez daba momentos de agitación, luego de calma. No podemos decir mucho de lo que hizo Remi, porque hizo todo. Exploró el rango de un saxofón casi con lupa, de golpes de aire a prolongaciones que dejaron inundado el piso del escenario, de ráfagas de notas a medias notas, a el sonido del saxofón solo, el viento. Durante su presentación, ambos artistas dejaron en claro que tienen su campo tan abarcado y dominado que, por un lado, Dresser no deja de tirar toda la carne al asador y dejar, casi que provocar, que las cosas salgan mal, sólo para que salgan cada vez mejor que la vez anterior. Dresser parecía tan disperso que parecía que hacía lo posible por que todo se saliera de control, que se cayera al piso, que se viniera abajo: y lo único que conseguía era que todo se fuera haciendo más y más sólido y abrumador. Y Remi, por el contrario, hacía que cada uno de los sonidos que emitía pareciera más y más decidido. Álvarez soltó todo lo que puede soltar un saxofón y aunque a los ojos puede parecer una improvisación libre, aleatoria, todo lo que hacía era perfectamente determinado. Lo que vimos ayer fue a un contrabajista que a la fecha se da el lujo de provocar incendios con elegancia y a un saxofonista que dio una clase de por qué hace y es lo que cualquier entendido del free jazz en este país sabe que es y hace. Una figura clave. Y punto.


Anoche 4 forajidos se subieron al escenario del Teatro de la Ciudad. Aunque conocidos por todos y esperados por más, nadie sabía exactamente cómo es que cuatro personalidades como las de Evan Parker, Chris Corsano, John Russell y John Edwards podrían mezclarse sin que nadie saliera lastimado. Era como poner cuatro barriles de pólvora con una mecha esperando que pasara un milagro. Y por supuesto que no ocurrió. Todo empezó con John Russell. Desde que se sentó en su lugar y esperó a que llegaran los demás (lo que nos recordó a otro dandy de la guitarra como es Robert Fripp), todos sabíamos que algo tenía entre manos. Y lo que tenía era una guitarra acústica con cuerdas de metal que no se incendió de milagro. Todos sabíamos más o menos qué esperar de Russell, todos hemos escuchado discos, visto videos, pero nadie tenía una imagen exacta de lo que tendría lugar allí. Con su pose recatada y su manera de tomar la guitarra tan tradicional, Russell torturó a su instrumento para la sorpresa de la mayoría. Era fascinante ver a un hombre de pelo blanco y buenos modales mover las manos tan rápidamente. Russell igual podía azotar sus cuerdas y, en un instante, tocar armónicos tan delicadamente. Robert Fripp fue un punto importante en su carrera porque él le habló de otros caminos posibles en la experimentación en guitarra, y anoche uno pensaba en el cerebro de King Crimson y veía a este hombre y lo que veíamos era a un monstruo que se había salido del "buen camino". Uno advertía algunos elementos que de repente podían rastrearse en Fripp, pero en ese momento Russell pasaba a golpear las cuerdas, a rasparlas hasta que perdieran su timbre de la acumulación que lograba. Russell abarcaba más notas de las que los oídos de muchos logramos abarcar, y en este carácter abierto de todo, en este sonido tan delicado pero de apariencia tan áspera, es que se movió todo el tiempo.


John Edwards no se quedó atrás. Como si se tratara de una competencia con Mark Dresser, Edwards vino decidido a mover todo de su lugar. Edwards es, un poco a la par de Remi Álvarez, de los que hicieron tanto el tiempo que estuvieron sobre el escenario, que es difícil describirlo. Podemos resumir que arrasó con su contrabajo, que cortó el aliento de varios, que mientras todos los demás parecían estar copando el espacio de los demás, Edwards siempre salía de en medio y lograba ponerse a la cabeza con ellos. En serio, es difícil y frustrante tratar de describir lo que hizo Edwards, pero podemos tratar de resumir parcamente que su papel detrás del sonido de los demás, aunque perfectamente integrado con ellos, al mismo tiempo despedazaba cualquier idea de lo que un "bajista" debía hacer detrás de figuras como las de Corsano o Parker. Si la idea de un bajista es la de proveer un escenario o un fondo contra el cual los demás urdan trabajar, Edwards se dedicó a complicarlo lo más posible. Y cualquiera que haya ido sabe que no fue poco.


Chris Corsano, como ya se esperaba, lució el vandalismo percusivo que lo caracteriza y lo pone como uno de los bateristas más explosivos de la escena de improvisación actualmente. Durante la presentación, Corsano dio destellos de un virtuosismo volátil e increíblemente flexible. Mientras Edwards trataba de romperle las cuerdas al contrabajo y Russell sólo hacía la finta de hacerlo, siempre quedándose al límite, Corsano, al mismo tiempo que utilizaba técnicas y movimientos complicados, lograba mimetizarse con los demás músicos. La técnica de Corsano, suficiente para mantener un espectáculo solo el tiempo que sea, se escondía detrás de los demás instrumentos. Por rebuscado que pueda sonar, Corsano brillaba rápidamente al tiempo que su mayor virtud era mantenerse en el mismo círculo que los demás. Aunque, por supuesto, hubo momentos de expresividad: muchos de los asistentes se frotaban las manos cuando Parker, Edwards y Russell dejaban pasar el silencio y dejaban libre a Corsano. Durante algunos minutos, dio cátedra de utilización del triángulo en la batería contemporánea: mientras repartía tiempos entre todos los tambores y herramientas, Corsano, triángulo sostenido con los dientes, provocaba un ritmo tan agudo, tan perfecto y ligero que por momentos parecía increíble que no fuera un loo producido con un pedal o una laptop. Mientras Corsano mantenía levitando su triángulo bajo su mandíbula, nadie se explicaba cómo lograba mantener los demás sonidos en activo al mismo tiempo. Corsano, que puede hacer esto y más, dio sólo un momento de virtuosismo como el que todos esperaban y luego, un segundo después, se integró de nuevo al grupo.


Evan Parker, parado serenamente con un único saxofón entre Russell y Corsano, permanecía estoico mientras los demás se hacían pedazos entre sí. Evan se limitó, con toda esa elegancia que lo caracteriza (aun cuando sus presentaciones sean lo brutales que suelen ser) a meterse en los espacios que se despejaban entre los demás. Parker empezaba a soltar un alud de notas y de repente ya era el dueño de toda la situación, y los demás lo seguían, y se detenía, y los demás tenían que volver a encontrar su camino de vuelta. Parecía que Parker entraba para poner orden, y lo único que hacía era alterar todo sólo para dar un paso atrás y ver lo que pasaba. Cuando veía que el incendio estaba por apagarse, volvía a entrar. Por supuesto que Parker dio todo lo que se esperaba que diera: las notas raudas, agresivas, fuertes. Sin despeinarse, Parker arrolló a todo el público e hizo que pareciera que los demás le abrían camino cómodamente. Su presencia en el escenario fue tan sutil y calmada que no parecía ser de él de quien venían todas esas notas. No presenciamos esas demostraciones sobrehumanas de lengüeteo que lo hicieran famoso en sus inicios, pero sí vimos cómo alguien que ha roto todas las fronteras técnicas se las arregla para lograr algo todavía más sorprendente hoy. Parker se comportó como un caballero sobre el escenario e hizo destrozos con tan sólo provocar a los demás un poco para intervenir y terminar de derrumbar todo.


Uno de los aspectos más interesantes de todo el concierto fue un cierto sonido fragmentado, hecho pedazos por los cuatro barriles de pólvora sobre el escenario. Las notas empecinadamente cortadas de Russell, los golpes de Edwards y el tumulto de Corsano a la par de los hachazos de Parker provocaron una atmósfera muy densa pero en partes. Uno escuchaba "pedazos" de sonido que se tenían que repartir entre las cuerdas, la batería y el viento. Era como si entre los cuatro pusieran todo el sonido en una trituradora. Para todos aquellos que no pudieron con todo lo que se desató ayer, quizá esta sea una buena definición: nos dieron un sonido tan grande, tan fuerte y tan macizo que la única manera de tomarlo (o dejarlo) era así, en pedazos, en piezas, todas al mismo tiempo. Mientras Parker, Corsano, Russell y Edwards despedazaban su propio sonido y nos lo daban a raciones, todos los que asistimos tuvimos que agachar la cabeza y esperar no salir lastimados, porque, como desde el principio temíamos, hubo explosiones en el escenario.