Text of Light en la Cineteca Nacional: Lee Ranaldo, Alan Licht, Ulrich Krieger y Tim Barnes


Era obvio pensar que se esperaba mucho, por no decir demasiado de la presentación de Text of Light el pasado jueves 17 de marzo en la Cineteca Nacional en el tercer concierto de Aural, es decir, aunque el grupo estaba conformado por los talentos de Alan Licht, Tim Barnes y Ulrich Krieger el fan promedio no podía olvidar el hecho de que se trataba de un proyecto de Lee Ranaldo, fundador de Sonic Youth, una de las bandas más importantes no sólo para el rock sino para la música contemporánea de los últimos 30 años. Hace 5 años, cuado Thurston Moore vino con Wiliam Winant y Tom Surgal al Salón México al extinto Radar se veían, a manos llenas, asistentes con camisetas de Sonic Youth listos para entrar a ver lo que sea que fuera a hacer Thurston con dos bateristas. Una de las aportaciones más importantes de la banda neoyorquina a la música es haber introducido a un público muy amplio a ideas más experimentales y difíciles. Ryan O’Connell, de thoughtcatalog.com, dice que el 60% de las personas que dicen ser fans de Sonic Youth está mintiendo: mientras que las guitarras repetitivas y bellamente desafinadas son para algunos material fértil para un pop gritón y radical chic, para el otro 40% de desadaptados son una introducción a el ruido, la repetición ad nauseam y la experimentación. Ese 40% de desadaptados son los mismos que llenaron aquel Salón México en 2006 y la Sala 1 de la Cineteca Nacional la semana pasada, y este espíritu colectivo de no saber exactamente lo que pasaría pero estar demasiado emocionados al respecto se sentía desde la entrada: íbamos a ver a Lee Ranaldo improvisar junto con otros 3 músicos de primera línea frente a una pantalla con películas experimentales de los 60’s y 90’s. Los que pertenecen a ese 40% de geeks entienden lo emocionante de este último renglón y saben perfectamente qué esperar al respecto, y es que, una cosa interesante de todos aquellos que entraron a la música experimental vía Sonic Youth es que saben muy bien que no importa cuánto hayas escuchado de improvisación, sea electrónica, free jazz o noise: cuando se trata de proyectos alternos de miembros de SY sabes que va a pasar algo más, algo que no has visto antes, quizá muy simple, pero algo completamente nuevo. Y pasó.


Después de una selección de películas de Tony y Beverly Conrad, Pip Chodorov y Guy Sherwin, sobre el estrado frente a la pantalla salieron, como si ya nos conocieran de antes, Lee Ranaldo, Alan Licht, Ulrich Krieger y Tim Barnes. Tan sencillo como decía en el programa en palabras de Licht, el cuarteto se paró frente a la pantalla, prácticamente sin atender a la película de Stan Brakhage en el momento (The Horseman, the Woman and the Moth de 1968) y más bien dejó que se integrara como un 5to integrante. A partir de ese momento, en una oscuridad casi sepulcral que hacía difícil ver a detalle lo que cada uno hacía, y sumado al hecho que había dos juegos distintos de bocinas a ambos lados de la pantalla, el sonido se repartía libremente, se movía, a veces parecía que salía de un lado contrario al del músico que lo provocaba, y eso hacía que si uno pretendía enfocarse solamente en ver a los 4 tocado, aun esa experiencia resultaba complicada, pues entre el sonido en movimiento, la oscuridad y la película sobre sus cabezas, lo que ocurría allí arriba era algo en general, algo que había que tomar con ambas manos o sería muy difícil de atrapar.


Por su parte, Ulrich Krieger vino a poner muy en claro la diferencia entre un saxofón en un conjunto de improvisación y lo que él hacía. Krieger define la manera en que interpreta el saxofón como “electrónica acústica” y generalmente lo utiliza como una manera de producir sonidos quasi electrónicos. Lo que venía de Krieger era una serie de sonidos que difícilmente se pensarían como de un saxofón. Las resonancias, los arranques de notas y el volumen que caracterizan a este instrumento estaban en algún otro sitio, porque lo que Krieger hizo fue generar los sonidos más difíciles de todo el cuarteto. Un punto entre algo ligeramente reconocible del saxofón y algo entre la electrónica y el ruido venían de él. Aunque disperso, el sonido de Krieger no funcionaba como una base para los demás: tenía lo suficiente para moverse por sí mismo entre Licht, Ranaldo y Barnes. Por un momento, más o menos a la mitad del concierto, Krieger soltó una repetición de notas lentas que marcaban una especie de impasse para los otros. En ese momento, cuando el saxofón era lo más parecido a un saxofón, aun en ese momento lo que hacía Krieger sonaba a otra cosa, sonaba con más fuerza y determinación que un saxofón, por ejemplo, de free jazz, marcando un cambio en un ensamble. Entre la electrónica, la voz y el saxofón, Krieger administraba un sonido que se movía en tierra de nadie, lo que le daba la ventaja de tomarnos a todos por sorpresa. Hacia el final del concierto, una voz que venía de donde Barnes delataba a un Ulrich Krieger gritando a todo lo que da contra el micrófono: y aun en esa situación, con todo el procesamiento de sonido y toda la atmósfera que había creado con todo lo demás, aún ahí la voz de Krieger sonaba a otra cosa: Krieger tiene manejada con tanta decisión su idea de “electrónica acústica” que incluso un sonido como es de la voz, con él, se mueve de maneras extrañas.


Del otro lado del escenario, con un par de pedales y sentado en una silla, Alan Licht manipulaba una guitarra eléctrica. Así, sin más. A diferencia de lo que hacía Lee con la guitarra, Licht generaba campos muy densos de un sólo sonido que prolongaba y elevaba en volumen. Esta sencillez de decisiones de Licht (y todavía no hablamos de su participación en El Nicho Aural) le permite abarcar lo más posible. Con medios sencillos y sin recurrir a un abanico demasiado amplio de notas, Licht provocaba los momentos de guitarra más escandalosos y contundentes de todo Text of Light. Mientras Barnes, Ranaldo y Krieger se dispersaban, Licht venía a recordarnos que detrás de toda la marea de sonidos, por muy volátil y móvil que pueda ser, siempre hay uno más, atrás, que es tan constante y fuerte que es difícil perder de vista. Lo que hacia Licht era no dejar espacios vacíos o, por ponerlo en términos más simples: con un solo movimiento en la guitarra (raspando una cuerda a lo largo o repitiendo una nota un par de veces), el muro de sonido que producía no dejaba que nadie se perdiera, el ruido que venía de Licht, razonado y discreto dentro de todo, insistía e insistía hasta que, en una parte del concierto, fue difícil de evadir cuando prácticamente copaba todo el espacio, una nota o dos de guitarra se habían crecido como una bola de nieve y todos los que estábamos ahí vimos cómo estuvo a punto de caer sobre los demás. Licht pudiera parecer quien menos se movió de su lugar y quien menos ruido hizo, pero quienes estuvieron atentos saben que fue exactamente lo contrario, un tipo de sonido que ha caracterizado toda su producción: decisiones simples y resultados devastadores.


Aunque suene raro, y sobre todo, aunque sea algo difícil de prever, era difícil contenerse en la Cineteca aquel jueves. Aunque con menos reflectores que Ranaldo, el paso de Tim Barnes por Aural fue una sensación. Había casi una fila de personas que querían una foto de su batería y obviamente otra igual para acercarse a él. Estábamos ante un baterista que había trabajado en algunos de los proyectos más interesantes y significativos de su momento. Un punto interesante para describir lo que hizo Barnes en Text of Light en comparación con otros proyectos en los que se ha visto involucrado es tomando como referencia su colaboración con Jim O’Rourke en el que es uno de sus discos pop más alabados a la fecha: Halfway to a Threeway. Aunque un tipo de música mucho más accesible, la participación de Barnes en dicho proyecto hace patente su flexibilidad. En ese disco Barnes no necesita poner demasiado de su parte, apenas marcar ritmos, acentuar momentos, un punto entre un jazz elemental y el pop más simple, y es justo en este ejercicio de reticencia, en el que pareciera tocar sólo los tambores estrictamente necesarios en los momentos específicos y no más, a veces casi de manera parca y seca, es donde reconocemos al mejor Barnes. Con esta reticencia, economía y sequedad, Barnes asaltó la batería y dejó muy poco a la imaginación del público: hizo exactamente lo que tenía que hacer. Quien tuviera expectativas sobre lo que haría Barnes, seguramente quedó rebasado, pues Barnes recurrió por igual a momentos de agresividad extrema al atacar los tambores más graves como al producir sonidos con objetos casi tomados con pinzas. En ningún momento alguien pudo haber dicho que estaba haciendo demasiado, acaparando espacio o tocando sólo un base: Barnes se mantuvo todo el tiempo calibrando el sonido de sus compañeros y examinando qué era lo que tenía que hacer exactamente. Lo que vimos no fue a un baterista desplegando, como si le sobraran, cualidades, sino a un baterista cuya mejor carta es la exactitud y reconocimiento de la situación musical en la que se encuentra, sea pop o noise o experimental o improvisación.


El más buscado y perseguido, irónicamente, la participación de Lee Ranaldo en Text of Light fue la más prudente de los 4. Con discreción pero sin falta de bríos, Ranaldo levantó el puño al subir al escenario, como es su costumbre, y una multitud delante de él le respondió. Esta era la señal de que lo que fuera a hacer sobre el escenario, del tipo que fuera, sería memorable, y tendría la misma energía que cualquier otra de sus presentaciones. Vimos a Ranaldo pasear a su guitarra sobre el escenario, acercándola al amplificador o barriendo el piso con ella y frotándola contra la duela, lo vimos azotar una silla y usar un arco, lo vimos dejando a su guitarra en algún punto del escenario y dejarla hacer lo que ya hacía. Ranaldo desplegó todo el arsenal de herramientas que lo ha caracterizado por mucho tiempo pero, muy probablemente, lo más increíble de haberlo visto ahí, en la Cineteca a lado de Licht, Barnes y Krieger, era cómo alguien con una experiencia tan amplia en tantos campos artísticos podía darse el lujo de medir sus movimientos con tanta precisión. O sea: Ranaldo no tiene que buscar una nueva manera de hacer trucos viejos en sus presentaciones, no requiere de sorprender. Y quienes fueron a verlo ese día lo sabían muy bien. Cuando uno lo ve sobre el escenario, visualmente no tan espectacular como sus compañeros, sabe que lo que está haciendo ahí es algo fuerte, es algo cuya formación viene de años atrás y se sigue construyendo. Con sus movimientos sencillos y conocidos, Ranaldo impactó muchísimo a todos los que asistimos el 17 de marzo porque fuimos a constatar que sí, ese algo que se construye siempre en una presentación de este tipo con estos artistas, que hemos visto antes y presentíamos de algún modo, se sigue construyendo, sigue pasando. Hay un algo, por ejemplo, en el sonido que recordamos quienes estuvimos frente a Sonic Youth en 2004 o 2007 o frente a Moore con Winant y Surgal en 2006, que pensábamos que encontraríamos y a la vez no encontraríamos en Text of Light. Y ocurrió. Cuando Lee bajó del escenario rodeado de fanáticos, o cuando entró con un puño en alto, cuando se movió con su guitarra sobre su pedazo de escenario o cuando parecía que estaba tratando de hacer más ruido del que podía, aunque suene raro, sabíamos lo que estaba ocurriendo. Después de la intensidad, de la fuerza, de lo increíble que fue conjuntar todos los elementos de los que nos hablaron, ver de qué hablaban cuando decían que se trataba de cuatro músicos improvisando frente a una película experimental, cuando por lo vimos hecho todos o casi todos supimos que Text of Light también fue un concierto mucho muy emotivo, y quienes fueron saben muy bien de qué estamos hablando.