NO cruzar los cables: El nicho Aural 1 en Casino Metropolitano


Muchos de los que asistieron a Exploración Aural el 18 de marzo se quedaron petrificados con todo lo que hubo: Manrico Montero, Aaron Dilloway, Kan Mikami, Maja Ratkje, y muchos otros, menos despistados, pensaron que podían plantarse y quedarse así como así en lo que seguía: El Nicho Aural #1. Sin embargo, esto se dilucidó pronto: contra los muros roídos y agrietados del Casino Metropolitano sobre los que gente como Dilloway destruyó todo a su paso o Ratkje sacudió hasta al más dormido, a eso de las 11 de la noche nos enteramos que había otro lugar que no conocíamos: el primer piso del Casino.



Desde que vimos a la salida la -ahora- nueva taquilla de El nicho Aural sabíamos que, tal como su director, Eric Namour, había anunciado, esto tendría un sabor un poco más de lo que suele conocerse por un festival: permanencia prolongada, un tono más underground. Para empezar, el horario: el concierto tendría lugar de 11 de la noche a 2 de la mañana, por lo que el quedarse ya era algo lo suficientemente distinto de lo que estábamos acostumbrados. Desde la salida, donde un nutrido grupo de fumadores se congregaron en el ínterin y veíamos la taquilla colocada frente a una escalera estilo s.XIX, sabíamos que la cosa iba a ser muy distinta.




Cuando por fin pudimos subir, entendimos todo: en una especie de hall o recibidor como sacado de una película de Kubrick (neoclásica como se la imaginan: molduras, lámparas elegantes, acabados de otras épocas) pudimos ver a cuatro figuras que ya conocíamos de un par de días antes y que ya sabíamos de lo que eran capaces. Sin asientos y a nivel de piso tanto músicos como público, como si fuera en nuestra propia casa y muy de cerca, los tamaños y virtudes de estos monstruos de la improvisación salió a relucir de una manera tan llana e impactante a la vez que muchos no sabíamos si a eso veníamos o todo lo contrario.





John Edwards había hecho un desastre en el Teatro de la Ciudad. Minutos antes de él subió Mark Dresser y algunos pensaron que ya no se le podía sacar más ruido a ese contrabajo, y cuando John subió corroboramos que era posible. Con eso en mente quienes asistimos a ambos conciertos vimos cómo John, esta vez sin competencia ni expectativa, se dedicaba a sacarle hasta lo impensable al contrabajo. Edwards, como ya lo habíamos visto, pasó delicadamente de casi no tocar siquiera su instrumento a atosigarlo y zangolotearlo como si le quedara algo ahí dentro. Era impactante verlo: se encontraba ahí, parado, colocado detrás de su bajo, era difícil predecir sus movimientos, no veíamos una especie de confrontación entre Edwards y su instrumento, sino como una especie de unidad completa o de dupla que entre los dos buscaban algo. Era como ver a un gato dando zarpazos al aire: lo que sea que esté buscando, no escatima energías en hacerlo. Y así se comportó John, como un poseso que buscaba algo justo entre él y nosotros. Vimos buscarlo, pasar de velocidades bruscamente, pensar que lo encontraba y dirigirse hacia él de nuevo. Cuando terminó no supimos si era todo, si había acabado o, simplemente -y con justo derecho- ya no podía más. John Edwards nos mostró cómo un músico puede buscar algo y encontrar nada más que esa misma búsqueda y quedarse sólo con eso.




Para describir lo que ocurrió cuando Evan Parker, un monstruo en el saxofón, se paró frente a frente a Germán Bringas, un mastodonte capaz de levantar autos sólo con su sax, podemos usar esta imagen: imagínense dos trenes corriendo a toda velocidad, uno a lado del otro, ambos haciendo un ruido horrible, brutal, aterrador para cualquiera que estuviera cerca. Y quienes estuvieron ahí, están encima, con un pie sobre cada tren, cegados por todo el vapor y el viento y el ruido. Germán y Evan se pusieron uno frente a otro y, sin mayor truco ni engaño, se pusieron a responderse entre ellos. Fue como en las caricaturas cuando dos personajes se pelean y aparece una nube de la que salen manos y pies y maldiciones y cualquiera que se encuentre cerca será absorbido por el alboroto. Los que estaban más cerca de ellos no podían cambiar el rostro de fascinación. Cuando nos enteramos de este acto en Aural muchos nos imaginamos una especie de batalla de gigantes en la que lo interesante no sería ver quién ganaba, sino cómo se mataban entre ellos. Germán y Evan no se mataron entre sí, pero sí se mantuvieron lo suficientemente cerca de todos para generar temor y expectativa. Cuando todo terminó fue como despertar: nadie supo qué nos golpeó. Sólo terminaron y nos dimos cuenta que estuvimos ahí y probablemente no se nos va a olvidar.









El cierre de la primera emisión de El Nicho Aural era con Chris Corsano. Vimos a Corsano comportarse como un dandy sobre el escenario del Teatro de la Ciudad que al mismo tiempo que le seguía la pista a Russel, Parker y Edwards, agregaba un tipo de percusión que destacaba por sí misma. No hubo mucho tiempo para los solos eternos de cada miembro, pero cuando fue el turno de Corsano lo vimos, literalmente, dar cátedra de cosas que se pueden y casi no se pueden hacer con una batería, así que en esta ocasión de El nicho Aural no esperábamos menos. Corsano se sentó en su batería frente a un espejo antiguo y elegante y, de ese mismo modo, comenzó a repasar técnica por técnica de su arsenal improvisatorio. Lo vimos tratar a sus tambores como si de un instrumento de frotación se tratara, como si tuvieran un tipo de sonido extraño que hubiera que escuchar casi con puro poder de autoconvencimiento, por otro momento como si fueran bombas de sonido que sólo él supiera manejar para comportarse como tales o todo lo contrario. Vimos a Corsano comportarse ahí en el Casino de dos formas: como alguien que hace algo que sólo él sabe lo que está ocurriendo, y como alguien que, importándole o no los demás a su alrededor, seguía esta premisa con determinación. Quienes pudieron seguirle la pista casi casi descubrieron sus métodos y procesos para hacer lo que hace con la batería. Los que se quedaron atrás y perdieron el tren, por lo menos, pudieron quedarse con esa sensación de que algo pasó muy cerca de ellos. Así se sintió, al final, lo que hizo Corsano: como algo que pasó demasiado rápido para saber exactamente con qué lo hizo pero que estuvo el tiempo suficiente para saber que dejo todo patas pa'rriba.











Una vez terminado el concierto a altas horas de la madrugada, y después de todo lo que pasó, comprendimos que El nicho Aural sería un festival muy distinto. Y esto apenas empezaba, nos quedaba un fin de semana MUY ajetreado...